Phang Khon, Thailandia— domingo, 28 de octubre de 2012
Nos recogieron en nuestro hotel y en una hora estábamos en Phuket embarcando en el barco en el que estaríamos todo el día con comida incluida. Eramos un grupo de unos 15 españoles, en principio el barco te decepciona, era viejísimo y de lo más modesto. En cambio, solo nos bastó media hora de trayecto para sentirnos súper a gusto, espacioso, cómodo, con muchísima visibilidad y con una navegación relajada, te daba tiempo a ver el paisaje que en algunos momentos es increíble.
Las aguas de esta Bahía son de un verde intenso y oscuro. Como recompensa a sus aguas poco transparentes, podréis descubrir un paisaje fascinante, formado por un montón de rocas calizas llenas de vegetación.
Me bastaron pocos minutos para dejarme llevar, abrir todos mis sentidos y disfrutar de un espectáculo, donde la paz y tranquilidad envolvieron cada momento y cada lugar donde estuvimos ese día. Cuando tienes la suerte de contemplar y admirar estas maravillas de la naturaleza, te das cuenta lo maravilloso, mágico y agradecido que es esté nuestro planeta.
Unos 400 kilómetros cuadrados de una paisaje que muchos lo han calificado como uno de los más idílicos del planeta. Después de pasar la mañana navegando por estos laberintos de pequeñas islas, pudimos en varias ocasiones montarnos en pequeños kayak y hacer excursiones a un montón de grutas marinas y cuevas, en algunas para entrar tuvimos que tumbarnos en los kayat. Una de ellas estaba custodiada por un montón de monos a la espera de recibir algún presente comestible para dejarte pasar. Dentro oscuridad, estalactitas y muchos murciélagos, todos esto en el kayak, intentando mantener el equilibrio para no caer al agua, momento un tanto emocionante con una pequeña carga de aventurilla.
Comimos en el barco, en un momento montaron una mesa con un montón de manjares súper apetecibles, un poco de todo, comida occidental y como no podía ser de otra forma comida Thai. Todo riquísimo y un acierto comer en el barco sin dejar de navegar por esos parajes.
Después de comer fuimos a una playa donde bajamos a tierra y tuvimos como una hora de descanso. De nuevo montamos en nuestro barco y fuimos a la famosa Isla de James Bond, llamada así por ser uno de los escenarios de la película “El hombre de la pistola oro” de 1974.
Bajamos a tierra y delante de nosotros teníamos el típico islote donde tantas veces lo habíamos visto en los catálogo de viajes a Tailandia. No era un sueño, estábamos allí y era real. Es increíble pero ninguna de las fotografías que había visto, hacia justicia a tanta belleza, imposible representar esto en ninguna imagen, cualquier filtro que no sea tu propia retina lo desmerece.
En esta pequeña Isla terminamos la tarde, nos quedaban dos horas de navegación para volver a nuestro hotel. El broche lo puso la puesta de sol que pudimos contemplar a la vuelta y desde el barco.
Ese mismo día fui consciente de que me acababa de enamorar de este país.